Serena era una linda y emprendedora joven que poseía un hermoso jardín en su patio, pequeño pero hermoso. Aunque trabajaba a diario fuera de su casa siempre sacaba unos minutos para regar las plantas, y en sus días libres dedicaba un par de horas en mantenerlo, sacar hojas secas, matojos, flores muertas, mala yerba y hasta le hablaba a aquellas plantas que estaban por nacer pensando que eso les hacía bien y las motivaba a crecer en un tiempo perfecto. De algún modo ese jardín era ya en su vida una responsabilidad, pero una responsabilidad que amaba.
Unos meses más tarde a Serena le surgieron nuevas obligaciones en su trabajo; además comenzó por fin como parte de su llamado un ministerio en la iglesia que había pospuesto por más de 3 años así que al llegar a su casa continuaba con tareas e ideas del trabajo o de su ministerio que no había podido completar durante el día. Pasaron semanas y día a día se sentía más cargada con sus responsabilidades; sus obligaciones habían aumentado de tal manera que sentía un gran peso en su espalda y porsupuesto ella quería dar lo mejor, temía equivocarse, temía ser burlada o fracasar. Se preocupaba entonces más por lo que otros dijeran o pensaran de su nuevo puesto en la oficina y de ese ministerio al que no quería fallar ni posponer un año más. Comenzó a fijarse más en las exigencias y opiniones de los demás que de las instrucciones de Dios. Serena ya no era tan amable, ahora estaba pendiente de los rumores, de los chismes que pudieran surgir sobre ella. Una de sus prioridades se volvió la competencia. Como algo sorpresivo dio rienda suelta a enojos, resentimientos, frustraciones, críticas hacia ella misma y hacia sus compañeros, hermanos de la iglesia y familiares. Algo estaba ocurriendo en el corazón de Serena. Ya no aceptaba estar equivocada, cometer errores, ni reconocer culpas ante situaciones contraproducentes y pasaba las noches llorando, sintiéndose sola.
Serena de vez en cuando se acordaba de su jardín, salía por unos minutos echaba agua por todas partes de manera rápida y continuaba con los quehaceres del hogar hasta decir “no puedo más”… ahí decidía acostarse a dormir y aún así no dormía bien.
Una mañana se levantó no sólo terriblemente cansada sino que Dios la estaba alertando sobre un descuido. Ella se miró al espejo y su semblante cambió. No se reconocía, ya no había ese brillo en su rostro, su sonrisa había desaparecido. Sintió por alguna razón ir al jardín, tal vez con la esperanza de que sus plantas la harían sentir mejor, pero no fue así. Los matojos, la mala yerba, las hojas secas se habían apoderado de todo su patio. Se preguntaba ¿Como permití que esto sucediera? ¡Mis flores! exclamaba con voz entrecortada.
Y así también su corazón. Serena había descuidado esa responsabilidad que amaba, el cuidar de sus flores y sus plantas, de echarles el abono apropiado, de hablarles de vez en vez… de igual manera descuidó la responsabilidad de amarse y proteger su corazón. Estuvo alimentándolo con resentimientos, cargas, enojos, culpas, chismes por lo que esas emociones se apoderaron de el. “Estuvo alimentando los matojos de su jardín” en vez de sus flores. Estaba regando la mala yerba, dándole vida a lo que estaba supuesta a sacar diariamente o mejor aún a no permitir que tomara lugar. Aveces eso ocurre y no te das cuenta, dejas pasar el tiempo y le restas importancia pero las consecuencias son graves. Así que despierta antes de que sea muy tarde.
¿Estás cuidando tu jardín? ¿De que manera alimentas tu corazón?
Proverbios 4:23 dice “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él emana la vida.”
Este es el momento perfecto para decidir por todo aquello que le da vida. Tu historia puede no parecerse a la de Serena pero de otra manera pudiera estar ocurriendo lo mismo en tu corazón. Decide amor, perdón, humildad, bondad, paciencia, verdad… rodéate de buenas personas, aquellas que no te expondrán o incitarán a realizar y decir cosas incorrectas, no sanas. Comienza, si es que no lo has hecho, a leer la Palabra de Dios, a congregarte. Haz esa limpieza en tu interior, saca todo eso que te lastima, que te hace daño, que no te hace bien ni a ti ni a los que te aman. Hay culpas, resentimientos, enojos, frustraciones, mentiras, pensamientos equivocados y negativos, pecados que han hecho enredaderas en tu corazón y lo están asfixiando. Esos son “matojos” y te están llevando a actuar de manera equivocada. ¡Es tiempo de sacarlos! Ponte los guantes y comienza a echarlos todos fuera y no permitas que esa responsabilidad (de cuidar tu corazón) deje de ser una prioridad. De ahora en adelante NO alimentarás más matojos.
Declaro que serás una persona nueva, transformada y cuidada por la mano de Dios. Te bendigo más,
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